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DEL ESTIGMA A LA CREACIÓN:

Pájarx Entre Púas

Arte y agencia LGBTIKA+ en Centros Penitenciarios de la Región de Valparaíso  

 

INTRODUCCIÓN        

La cárcel para las personas LGBITKA+ conlleva una gran estigmatización, que se agrava por la desobediencia y renuncia de los roles impuestos por una sociedad heteronormada y punitiva. Este proyecto se centra en visibilizar las historias, desafíos y formas de resistencia de aquellxs que desafían las normas sexuales establecidas y sobreviven dentro de las prisiones. A través de una combinación de antecedentes históricos y relatos testimoniales, exploramos cómo estas personas enfrentan y resisten la opresión en un entorno carcelario que perpetúa la exclusión y la violencia.                                                                                                                                                                           

En está investigación etnográfica, la importancia de lo situado no es simplemente un principio metodológico, sino una necesidad vital de nuestra práctica política. Como antropóloga, travesti, infancia socializada en cárcel e integrante de Fundación Pajarx Entre Púas me encuentro en un entrecruce de caminos entre lo personal y lo colectivo, lo teórico y lo vivido. Las historias y obras que se presentarán a lo largo de este escrito son mucho más que relatos de dolor: son testimonios vivos de resiliencia, agencia creativa y supervivencia en un sistema que castiga a quienes desafían el contrato sexual. 

Este proyecto se propone visibilizar y denunciar las múltiples opresiones que enfrentan las personas LGBTIKA+ dentro del sistema penitenciario. En la cárcel, quienes desafían la heteronormatividad se ven sometidxs a dobles y triples condenas, no solo por los delitos que el Estado les imputa, sino también por la criminalización de su identidad de género y orientación sexual. Estas condenas adicionales se manifiestan en formas simbólicas y tangibles de violencia institucional, aislamiento y marginación, que buscan silenciar y destruir cualquier atisbo de diferencia.

Desde esta perspectiva crítica, nos adentraremos en creaciones artísticas producidas en diferentes cárceles de la Región de Valparaíso, con el objetivo de evidenciar la agencia creativa de las personas LGBTIKA+ encarceladas quienes, a través de sus obras artísticas, construyen nuevos significados y resignifican su biografía, en un espacio que constantemente les niega su humanidad. 

En este contexto, el arte se convierte en una herramienta de denuncia, un territorio de preguntas enriquecedoras y un soporte para la transformación de políticas y la resignificación de la simbología humana. Estas obras creativas, portadoras de significado y resistencia, desafían las estructuras opresivas del sistema penitenciario y ofrecen una nueva narrativa sobre el valor de la vida y la dignidad de quienes habitan la cárcel.

La metodología de este trabajo fue de carácter cualitativa y se construyó en base a ciclos de entrevistas no directivas, dirigidas tanto a compañeras de la Fundación Pájarx Entre Púas como a compañerxs encarceladxs y excarceladxs. Este enfoque permitió no solo la recolección de datos, sino también la construcción de un espacio de diálogo y reflexión compartida, donde las voces de lxs participantes y compañerxs se entrelazan para formar un relato colectivo de memoria, agencia y resistencia. 

Antes de proceder con la definición y creación de los instrumentos y técnicas de recolección de información, fue fundamental realizar una inmersión en la literatura social existente. Este proceso permitió adquirir un contexto claro sobre cómo hemos sido históricamente marginadxs, especialmente quienes han habitado o habitan el sistema carcelario. Está revisión inicial resultó crucial para situar las experiencias de las personas privadas de libertad dentro de un marco teórico que reconoce la interseccionalidad de las opresiones. 

Los espacios de reflexión y creación artística que enmarcaron el desarrollo de esta metodología se desarrollaron dentro del Plan Regional de Fomento Lector, cuyo  objetivo general es la implementación de talleres de escritura literaria y creación artística a través de técnicas transdisciplinarias, tales como arte textil, fotobordado, fotografía, collages y pintura.

Este Plan Regional de Fomento Lector se implementa en diversas comunas de la Región de Valparaíso, como Los Andes, San Antonio, Quillota y Valparaíso. Los talleres, diseñados para fomentar la expresión artística y literaria de personas privadas de libertad, se llevan a cabo en módulos femeninos, el Centro de Estudio y Trabajo (CET) y el módulo de diversidades sexuales.

Si bien el objetivo principal del programa es el fomento de habilidades lecto-escriturales, aprovechamos esta instancia para generar un espacio de acompañamiento emocional. Durante las sesiones, no solo estamos acompañando procesos formativos, sino que también brindamos apoyo emocional y evaluamos las vulneraciones de sus derechos humanos. 

Es fundamental mantener un acompañamiento no asistencialista y clientelista, donde la autonomía y dignidad de las personas encarceladas sean prioritarias. Buscamos promover su capacidad para tomar decisiones informadas y fortalecer sus habilidades personales, respetando sus derechos y fomentando un entorno de respeto y apoyo.

En particular, para las mujeres lesbianas, bisexuales y masculinidades trans, quienes no cuentan con un módulo especial dentro de las cárceles femeninas, se aprovechó la implementación de una jornada temática en el marco de la conmemoración del Orgullo 2024 para poder identificarlxs. De esta forma, el ciclo de jornadas LGBITIKA+ desarrollado en las cárceles de la región permitió visibilizar e integrar sus voces, obras y sensibilidades en este proyecto, que inicialmente estaba destinado para ser aplicado solo en el pabellón de diversidades de Quillota.

Este trabajo va más allá de recopilar voces, testimonios y expresiones artísticas; es un ejercicio de memoria que no solo recuerda, sino que practica activamente la resistencia y la reivindicación. Cada palabra, imagen y obra creativa traza una continuidad entre las experiencias individuales y colectivas de quienes han sido sistemáticamente marginadxs y violentadxs. En este contexto, la memoria desafía las políticas del olvido, permitiendo que las historias de opresión se narren no como simples relatos de victimización, sino como expresiones de resistencia, agencia y transformación,

Encarar la memoria es, por tanto, un acto político que rechaza la amnesia social y la exterminación de las vidas que desafían las normas impuestas por el contrato sexual y el sistema penitenciario. Cada testimonio y cada obra reflejan una memoria que se niega a ser borrada, que persiste en su derecho a existir, ser reconocida y desafiar las realidades que intentan aniquilarla.

LO POLÍTICO Y LO HISTÓRICO

Criminalización y persecución de la población LGBTIKA+ en Chile

Las cárceles para nosotras son la manifestación del sistema fallido y de la sociedad injusta y desigual en la cual vivimos, la que encarcela a las personas que, desde antes de ingresar a la prisión, se encontraban segregadas. La cárcel no es algo ajeno a la sociedad, sino que forma parte de los temores y estructuras sociales (Osuna, 2020). Además, como plantea Andrew Coyle (2002) muchos de los prejuicios que predominan en la sociedad hacia los grupos minoritarios se ven reflejados en el sistema carcelario. Esto no resulta sorprendente, dado que las prisiones tienden a ser un reflejo exacto de los valores de la sociedad en la que operan.

Este reflejo de los prejuicios sociales en el sistema penitenciario nos lleva a considerar las palabras de Davis (2017), quien nos habla de un pacto social implícito que sostiene la existencia de las prisiones. Según Davis, estas instituciones, lejos de cumplir sus supuestos objetivos de rehabilitación y justicia, terminan reproduciendo y perpetuando un sistema represivo, el cual refuerza desigualdades ya existentes y perpetúa sistemas de opresión basados en raza, clase y género. 

Este aparato de encarcelamiento, bajo el discurso de justicia, oculta una realidad mucho más siniestra: la criminalización selectiva de ciertos cuerpos y la perpetuación de un orden que beneficia a unos pocos a expensas de muchos. Davis  (2017) enfatiza que las cárceles no solo mantienen un orden social (por ejemplo separando a las personas que cometen delitos), sino que lo refuerzan, ya que establecen una relación simbiótica y mutua entre la sociedad y el sistema penitenciario. En esta línea, mientras la sociedad apoya y mantiene el sistema de prisiones, el sistema de prisiones ayuda a mantener la estructura social existente. Esta perspectiva crítica es fundamental para entender cómo los mecanismos de criminalización operan de manera específica en contextos históricos y sociales determinados.

En el contexto de la persecución, criminalización y tortura de la población LGBTIKA+ en Chile, se observa claramente esta dinámica, reforzada durante la dictadura cívico-militar, ya que la cárcel se convirtió en un dispositivo de disciplina y control para estas comunidades. Travestis y monstruosidades varias fueron torturadas, asesinadas, violadas y silenciadas. Estas historias, aunque a menudo relegadas a los márgenes de la memoria oficial, son esenciales para comprender la magnitud de la violencia estatal.

Las personas LGBTIKA+ han enfrentado constantes restricciones y vulneraciones en sus derechos por parte de diversos cuerpos de seguridad del Estado, ya sea antes, durante y después de la dictadura cívico-militar chilena. La ley que sanciona las ofensas al pudor y a las buenas costumbres se aplicaba de forma arbitraria en ese periodo. Esto incluía castigar desde un beso, demostraciones de afecto o tomarse de la mano entre personas del mismo género, hasta el mero hecho de que una persona trans estuviera sentada o caminando en lugares públicos.

"No solamente que he estado privada de libertad, sino que yo he vivido el abuso de distintas formas en este Estado, con el hecho de decirte que me encarcelaron solamente porque llevaba vestimenta femenina." — Nancy


La aplicación de castigos físicos y represivos a las personas LGBTIKA+ tiene una larga data, desde la penalización de la sodomía en el siglo XIX hasta la discriminación y violencia sufrida en manifestaciones como la Revuelta de las locas en 1973. Esta fue la primera protesta nacional registrada, ocurrida en la Plaza de Armas de Santiago, donde lxs asistentes fueron calificadxs de sodomitas, anormales y maricones por la prensa de la epoca.

Durante la dictadura, la comunidad LGBTIKA+ fue brutalmente perseguida y encarcelada injustamente, bajo el pretexto de transgresiones a la moral y las costumbres. Las prácticas de rapado forzado, dirigidas especialmente hacia personas con cabello largo, representaron una afrenta cruel contra uno de los elementos ―construidos socialmente― más preciados para la identidad trans-femenina: el cabello. Esto más que un simple acto físico, constituye una vulneración de sus autonomías y un intento de borrar sus autenticidades. 

"Yo estaba en dictadura, ustedes comprenderán lo que significa, que era bajarte de la micro y te ibas presa solo por ser una persona trans, nada más que por eso, no había otro motivo, y te ibas a la cárcel." — Nancy


Es crucial recordar y denunciar las atrocidades de las llamadas violaciones correctivas perpetradas contra mujeres lesbianas en los centros de tortura. Estos actos de violencia extrema, diseñados para doblegar su voluntad y obligarlas a ajustarse a las normas heteronormativas impuestas por el régimen patriarcal, son una mancha imborrable e impregnada en la historia, que no puede ser negada debido a la cantidad de dolor y sangre derramada.

La criminalización fue uno de los primeros enfoques con los que la sociedad chilena abordó la homosexualidad. Con la promulgación del Código Penal en 1875, la sodomía se clasificó como un delito, y aquellos que la practicaban fueron etiquetadxs como delincuentes. Uno de los métodos más comunes de intervención del Estado era que lxs detenidxs debían ingresar al servicio militar, a fin de revertir su supuesta condición anormal (Memoria Chilena, s.f). 

Tampoco se debe olvidar lo ocurrido en Valparaíso en 1927, cuando la policía atrapó a un grupo de invertidos y degenerados, que en realidad eran homosexuales, trans-travestis y corporalidades con expresión femenina en el espacio público, según se lee en la prensa de la época: 

"Se podía ver a los 'degenerados' con los trajes femeninos que usaban en sus fiestas…A pesar de que este grupo generaba repugnancia y desdén, su visibilidad era necesaria, pues se esperaba que la vergüenza de aparecer en público les sirviera de escarmiento… La 'degeneración' era tal que adoptaban nombres femeninos como Pola Negri, La Violeta, La Carmelita, La Pera de Agua, La Musme, entre otras. Durante el allanamiento que se les realizó, se encontraron prendas interiores de mujer, todas de seda y en colores rosados y celestes, además de medias y sostenes. Los funcionarios judiciales que intervinieron en las detenciones afirmaron que todo aquello era un conjunto ridículo y asqueroso. Se mencionaba que todos los individuos eran conocidos por su consumo de drogas heroicas, lo que, según se argumentaba, explicaba su sorprendente relajación sexual" (Biblioteca Nacional de Chile, Memoria Chilena, s.f.).

La represión de las identidades sexuales diversas revela un profundo miedo a la diferencia que se manifiesta a través de la violencia y la estigmatización. Si bien la penalización de la sodomía estaba dirigida principalmente a la homosexualidad masculina, Garrido y Barrientos (2018) evidencian que el artículo 365 del Código Penal, que castigaba las ofensas al pudor, la moral y las buenas costumbres, extendía su criminalización a personas trans, lesbianas masculinas y hombres gays afeminados, quienes eran tambien blancos principales de hostigamientos y persecuciones policiales. Estas leyes no solo penalizaban la homosexualidad, sino también cualquier práctica o identidad que desafiara las normas heteropatriarcales inscritas en el contrato sexual, lo que ha perpetuado un ambiente de discriminación y violencia contra la comunidad LGBTIKA+ en Chile.

"Las compañeras que desaparecieron y fueron torturadas resultaron menos importantes que los presos políticos. Siento que es posible entrelazar ambas historias, porque en realidad es lo mismo; solo que ellos fueron perseguidos por sus ideologías políticas, y nosotras, simplemente, por existir. Incluso es más grave, porque no se trataba de un pensamiento político que quisiéramos imponer en la sociedad; era por existir, por ser, y por estar. Nosotras fuimos torturadas y desaparecidas, pero eso no se habla." — Nancy

Fue tardía la abolición de leyes discriminatorias y la persistencia de estereotipos y prejuicios hacia las diversidades sexogenéricas en la sociedad chilena (Barrientos, 2020). Actualmente, sigue existiendo una carga moral que pesa sobre estas comunidades. A pesar de los tratados firmados internacionalmente y los avances en la agenda pública en materia de derechos fundamentales para diversidades sexuales y de género, la discriminación y la violencia siguen presentes en la vida diaria de personas disidentes, y eso se agrava en el contexto de encarcelamiento.

Los Principios de Yogyakarta, adoptados en 2006, buscan aplicar la legislación internacional de derechos humanos a la orientación sexual e identidad de género (Chramn López, 2018). Aunque estos principios no son legalmente vinculantes, poseen una autoridad global y moral significativa, y refuerzan la obligación de los Estados de proteger los derechos de diversidades sexogenéricas mediante cláusulas de no discriminación (Chramn López, 2018). 


El informe realizado por el Comité por la Prevencion de la Tortura (2024) resalta que la realidad en las cárceles contrasta considerablemente con estos principios. A pesar de las  garantías establecidas, la población LGBTIKA+ en prisión se enfrenta a niveles alarmantes de violencia sexual, física y psicológica. Estas condiciones se ven agravadas por la precariedad de las instalaciones, el hacinamiento extremo y la negligencia en la implementación de políticas adecuadas, como el acceso insuficiente a la atención médica.

La negligencia estatal y la impunidad frente a los crímenes de odio dirigidos hacia la comunidad homo, lesbo y trans-travesti y no binaria es evidente en la actualidad. Este año se cumplen dos años del injusto encarcelamiento de Estefano, un chico trans chileno, cuyo caso ilustra la flagrante injusticia de nuestro sistema penal, en el cual las víctimas de violencia y discriminación son abandonadas a su suerte, mientras que aquellos que intentan protegerse legítimamente son criminalizadxs.

Una aproximación a los módulos especiales en Chile

En Chile, el sistema penitenciario ha sido escenario de múltiples vulneraciones de derechos humanos, especialmente hacia grupos históricamente marginados como la población LGBTIKA+. Lejos de ofrecer espacios de rehabilitación, las cárceles se han transformado en contextos donde las desigualdades sociales y la violencia estructural se intensifican. En este entorno, la discriminación por orientación sexual e identidad de género se combina con factores como la pobreza y la racializacion, generando una situación de extrema vulnerabilidad para las personas LGBTIKA+,

Está población enfrenta una doble carga: por un lado, soporta la brutalidad inherente al entorno carcelario, y por otro, sufre agresiones constantes debido a la transfobia y homofobia institucionalizadas. Los módulos especiales surgen como una respuesta que, si bien reconoce la violencia existente, falla en atacar las raíces estructurales de la exclusión y discriminación. En lugar de transformar las maquinarias carcelarias, estos módulos terminan reforzando la segregación y manteniendo intacta la lógica de control y poder sobre los cuerpos "diferentes".

"Sí, hay una diferencia. Los hombres tienen más posibilidades de ingresar a áreas de la salud, por ejemplo, en comparación con nuestra sección. Sin embargo, también entiendo que es porque nos ven como locas. Pero, no somos malas." — Cata

La implementación de los módulos especiales en Chile buscan proporcionar un entorno aparentemente protector para las personas LGBTIKA+, dentro del sistema penitenciario. Sin embargo, esta medida plantea interrogantes sobre su verdadera eficacia y propósito. En un contexto donde la vulnerabilidad de la población LGBTIKA+ en prisión es evidente ante la violencia física, psicológica, el abuso sexual y la discriminación sistemática, surge la necesidad de problematizar las motivaciones detrás de la creación de estos espacios que surguen a partir del reconocimiento de los riesgos específicos que enfrenta la población LGBTIKA+ en carceles.

"La gente no lo sabe pero la reclusión especial no es para protegernos a nosotras, es una medida que existe para proteger a los reos varones, en este caso porque pueden reaccionar de manera violenta al ver figuras femeninas dentro de la cárcel… no es un tema de cuidado a las maricas, eso no existe. Ellos cuidan a los cabros para que no se maten entre ellos por las maricas." — Nancy


En el informe del Comité por la Prevencion de la Tortura (2024) se menciona que la comunidad LGBTIKA+ encarcelada enfrenta un mayor riesgo de violencia institucional y maltrato, debido a la cultura heteronormativa y patriarcal que predomina en los espacios carcelarios, promoviendo la intolerancia y dificultando el respeto hacia la diversidad sexual.

La situación se agrava porque la realidad de las cárceles, y en particular de estos grupos, permanece prácticamente invisible para gran parte de la sociedad, así como en la literatura social, criminológica y penal. Esta falta de visibilidad se traduce en un factor de riesgo adicional, pues la indiferencia social permite que las violencias se perpetúen, especialmente contra aquellos históricamente perseguidos.

Según la información recopilada por Gendarmería de Chile y presentada en el mismo informe del CPT (2024), de un total de 54 101 individuos en régimen cerrado, 565 se identifican como homosexuales, 350 como bisexuales y 161 como personas con identidades de género diversas (66 hombres trans y 95 mujeres trans). No obstante, no se dispone de información específica sobre el número de lesbianas o masculinidades trans en los módulos femeninos de los centros penitenciarios, lo que evidencia un sesgo en la recopilación de datos. Esto refleja cómo las experiencias de estas comunidades pueden estar menos documentadas dentro del sistema. 


Por otro lado, el mismo informe del CPT (2024) menciona que, según los datos proporcionados por Gendarmería, existen 13 instituciones penitenciarias masculinas en todo el país con secciones dedicadas a diversidades sexuales y de género. Estas cárceles en rigor serían:

CP Arica, CPF Arica, CP Alto Hospicio, CCP Antofagasta, CCP Copiapó, CP La Serena, CDP Quillota, CDP Santiago Sur, CDP Santiago I, CP Rancagua, CCP Curicó, CCP Biobío y CP Puerto Montt.

Sin embargo, al revisar más detenidamente esta información, nos dimos cuenta que los datos no son del todo precisos. Luego de corroborar, en primer lugar, no existe un "módulo especial" de diversidad sexual en el CPF Arica (Centro Penitenciario Femenino de Arica), lo que sugiere que la cifra de 13 módulos es incorrecta. Esta revisión evidencia la inexistencia de módulos diferenciados en las cárceles femeninas. 

De este modo, al asumir que la demás información es correcta, solo serían 12 módulos a lo largo del país, y no 13. Mientras en los penales masculinos se implementan estas secciones, en las cárceles femeninas no existen módulos separados. Las mujeres lesbianas/bisexuales y masculinidades trans deben convivir con el resto de la población penal sin ninguna separación o atención particular. Este hecho pone en duda la veracidad y precisión de los datos proporcionados por la unidad central de Gendarmería.

Si bien existen la idea de construir modulos especiales dentro de las carceles de mujeres, esto no aborda las causas profundas de la violencia y la discriminación. La solución no debe contribuir a la segregación dentro de las cárceles, ni menos fomentar la construcción de otras, ya que esto no resolvería las dinámicas de violencia y exclusión que existen tanto dentro como fuera del sistema penitenciario. 


Por otro lado, respecto al protocolo de clasificación, según el Informe Temático del CPT (2024), supuestamente diseñado para proteger los derechos de las personas homo-trans en unidades penales, presenta serias limitaciones y contradicciones que generan desconfianza sobre su efectividad. Aunque se ofrece la posibilidad de autoidentificarse como homosexual, bisexual o con una identidad de género diferente al sexo asignado al nacer, el proceso es restrictivo y excluyente. No se contempla, por ejemplo, a las personas de género no binario, queer, género fluido o intersex, lo que evidencia la poca comprensión de ciertas realidades humanas.


Si bien se menciona que Gendarmería y el personal penitenciario debe respetar el nombre social y la apariencia de la persona ―expresión de género―, no hay suficiente claridad sobre cómo se asegura el cumplimiento de estas disposiciones en un entorno tan jerárquico y controlado como la cárcel. En resumen, este protocolo parece más un gesto superficial de inclusión que un mecanismo efectivo de protección y respeto de la diversidad sexual y de género.


Denuncias sobre condiciones de vida

En este apartado, utilizaremos el concepto de necropolítica, acuñado por Achille Mbembe (2003), como una herramienta analítica para comprender cómo el Estado, a través de políticas de abandono y negligencia, decide sobre la vida y la muerte de las personas privadas de libertad. Este concepto, contextualizado en prisiones, alude al ejercicio del poder estatal para controlar y regular la vida y la muerte de las personas encarceladas, al perpetuar condiciones inhumanas y de extrema vulneración de derechos fundamentales. Específicamente, dentro del sistema penitenciario, la necropolítica se manifiesta no solo en la violencia directa, sino en las políticas de abandono que conducen a la deshumanización y la degradación de las personas encarceladas.

El marco de la necropolítica nos permite desentrañar las formas en que el Estado, bajo un contexto neoliberal, abandona deliberadamente a ciertos cuerpos, especialmente los más marginalizados, como la comunidad LGBTIKA+. Este fenómeno se manifiesta como una extensión del capitalismo neoliberal, con una presencia particularmente notoria en el sistema penal. 

A través de una lógica punitiva que domina la construcción y gestión de las cárceles, la necropolítica no solo afecta la salud física de las personas encarceladas, sino también su bienestar mental, ya que crea un entorno en el que la vida misma se ve precarizada. Más allá de su función declarada de reinserción social, las cárceles perpetúan un ciclo de deterioro y marginación, especialmente sobre aquellos cuerpos considerados desechables por el sistema.

La inversión en el sistema penal, en lugar de resolver problemas sociales, contribuye a un ciclo de exclusión y sufrimiento que si bien afecta a las personas presas, también impacta en la psique de lxs funcionarixs que operan dentro de estas instituciones, ya que modifica la subjetividad de aquellxs encargadxs de reproducir el  poder disciplinario. En este entorno, lxs funcionarixs pierden progresivamente la empatía, normalizan la violencia y se convierten en agentes que reproducen, de manera automática, el sufrimiento sistemático impuesto por el Estado.

A su vez, la necropolítica tiene un impacto cultural y social significativo. En Chile y otros países latinoamericanos, el legado de regímenes represivos sigue presente, limita la participación colectiva y perpetúa el statu quo utilizando la doctrina del shock. Este miedo actúa como un freno a la transformación social, refuerza la inercia del sistema punitivo y dificulta la adopción de enfoques más comunitarios y menos coercitivos.

"El miedo es lo que inmoviliza a la gente, y yo asocio la necropolítica con el miedo. En Chile, seguimos cargando con las consecuencias culturales, políticas y económicas de un régimen asesino que dañó profundamente el tejido social del país, afectando la participación colectiva y la posibilidad de disputar temas como la cárcel." — Victoria

La convergencia de la necropolítica y las políticas de abandono nos permite describir las condiciones de extrema vulnerabilidad que enfrenta la comunidad LGBTIKA+ dentro del sistema carcelario chileno. En este contexto, las políticas de abandono son acciones u omisiones del Estado que resultan en la negligencia y desatención de las necesidades básicas de personas encarceladas.

"Horrible el acceso a la atención médica, mal, horrible. Hay maltrato, y no se tienen los insumos como se debe; los medicamentos que te dan son paracetamol y clorfenamina para todo. No se preocupan de llevarte a la sección, porque muchos portadores ni se preocupan de ir a hacerse un chequeo médico. No hay preocupación por lxs trans, ni por personas con VIH, y eso debería ser algo fundamental en la cárcel." — Monserrat

Esto puede manifestarse en la falta de recursos para la atención médica, la alimentación insuficiente y la ausencia de medidas de seguridad adecuadas para proteger a personas de la violencia y la discriminación. A pesar de los supuestos avances en materia de derechos humanos, estas políticas de abandono se recrudecen porque en la cárcel no se consideran las necesidades particulares de las personas, sino que se homogeneiza a la población, lo que coloca a estas personas en una posición aún más vulnerable. 

"Somos como ganado, donde deciden quién debe vivir y quién debe morir, y cómo vivir y morir. Esta gestión se refleja en el abandono de tratamientos médicos esenciales, como los antiretrovirales, lo que equivale a una forma de tortura que contribuye a una muerte lenta." — Vicente

La negligencia estatal en la atención de la salud, la alimentación y la seguridad contribuye a crear condiciones de vida precarias y riesgosas dentro de las prisiones, lo que  aumenta el peligro de enfermedades, violencia y muerte prematura para quienes están bajo custodia estatal.  

El hacinamiento es un problema persistente y alarmante que afecta profundamente la dignidad y el bienestar de las personas privadas de libertad. El pabellón de diversidades sexuales en el CDP de Quillota, con una capacidad de diseño para 12 personas, actualmente alberga a 18 individuos (Informe CPT, 2024). Este exceso en la capacidad no es una anomalía aislada sino una manifestación de la crisis generalizada del hacinamiento en las cárceles. La realidad de estas 18 vidas en un espacio diseñado para 12 no solo evidencia un incumplimiento de estándares básicos de habitabilidad, sino que también revela una serie de problemas subyacentes que requieren una urgente problematización y acción.

El hacinamiento es una forma de violencia institucional que vulnera los derechos humanos de las personas privadas de libertad. Esta vulneración no es únicamente física, sino también psicológica y social. El hacinamiento en el CDP de Quillota, al igual que en todas las cárceles de la región, evidencia condiciones inhumanas y degradantes, en las cuales el bienestar y la dignidad de las personas encarceladas se ven comprometidos. En un entorno donde el espacio personal es prácticamente inexistente, el estrés y la ansiedad se multiplican, lo que afecta gravemente la salud mental de personas privadas de libertad. 

El Pabellón de Diversidades Sexuales de Valparaíso, al igual que todas las cárceles, es un espacio en que se reflejan las políticas de abandono y la violencia institucionalizada hacia las personas privadas de libertad. La negligencia y la falta de atención médica adecuada no son meras fallas del sistema, sino manifestaciones deliberadas de una necropolítica. Uno de los aspectos más evidentes de las políticas de abandono que sucede en Quillota es la mala administración de los tratamientos médicos. Las personas en el Pabellón de Diversidades Sexuales enfrentan una atención sanitaria deficiente, que agrava sus condiciones de salud en lugar de mejorarlas. Vicente, una testigo de estas prácticas, relata que:

"Las pastillas de depresión, que son al menos tres veces al día, se las dan todas de una y quedan dopadas. Al final, como resultado, tienes a un ente que está débil, sin monitoreo de efectos secundarios." — Vicente

Esta declaración pone de manifiesto cómo la administración incorrecta de medicamentos no solo pone en riesgo la salud física, sino también mental, debilita a las personas y lxs deja en un estado de vulnerabilidad extrema. La negligencia no se limita a los tratamientos retrovirales, sino que se extiende a otras áreas críticas de la atención médica, como la gestión de enfermedades contagiosas.

La proliferación de enfermedades contagiosas como la sarna y la tuberculosis es otra consecuencia directa de las políticas de abandono. La ausencia de comunicación sobre estas enfermedades refleja una negligencia grave. Ni los mismos funcionarios del centro penitenciario ni las redes de apoyo son informadas adecuadamente, lo que expone a todxs a riesgos innecesarios. Esta falta de medidas preventivas y de transparencia agrava las condiciones de salud dentro de la cárcel. La falta de una atención adecuada prolonga innecesariamente el sufrimiento de las personas encarceladas. Victoria, otra testigo, denuncia esta situación:

"Se les culpa además, que no son limpias, pero ¿cómo se llega a tener sarna en una cárcel? ¿Por qué es tan folklórica la sarna en la cárcel? ¿Por qué se permite que lo siga siendo? Porque ni el área técnica ni la institución permiten que haya medidas preventivas para la población o para nosotras que somos red de apoyo, y que nunca se nos avisó de que había un brote de sarna." — Victoria

Esto revela la falta de responsabilidad institucional y la negligencia deliberada en la gestión de la salud pública dentro de la cárcel. La culpabilización de las personas afectadas por la sarna, en lugar de abordar las causas estructurales de su propagación, perpetúa un ciclo de abandono y sufrimiento.

La existencia de espacios diseñados para el castigo refleja una realidad alarmante que va más allá de la simple privación de libertad. Estos lugares, que se ubican en los márgenes de la conciencia pública, pueden variar en forma y función, y están concebidos para despojar a los individuos de su dignidad. En el Pabellón de Diversidades de Quillota, los testimonios evidencian la existencia de cuartos, que son espacios dentro del pabellón que funcionan como salas de tortura. Estos lugares están diseñados para infligir dolor y sufrimiento, y deterioran tanto la salud física como mental de las personas. Vicente describe estos espacios con detalle:

"Los cuartos son una sala de tortura en la cárcel, en donde se les restringe la comida, en donde se les hace cagar y mear, está todo cagado y es un espacio chico, y te enfermas con lo que respiras. Es un espacio hacinado, mucha violencia, mucha sangre, no hay agua, donde la comida se las tiran prácticamente, están deteriorando a una persona, la estás volviendo loca, le están deteriorando la cabeza. Tenemos compañeras que han salido de los cuartos y son otras personas. Siempre he pensado que es como una sala de espera, es un momento justo antes de que te mueres, y se extiende y se te hace lo más doloroso posible, es una tortura, te quitan los derechos básicos. Necropolítica en su máximo esplendor." — Vicente

Las políticas de abandono en el Pabellón de Diversidades Sexuales no solo representan una vulneración de los derechos humanos, sino que también son una manifestación de la necropolítica, a través de la cual el Estado administra la vida y la muerte de las personas encarceladas. La negligencia médica, la falta de medidas preventivas para enfermedades contagiosas y la existencia de espacios de tortura como los cuartos son ejemplos claros de cómo se ejerce esta violencia estructural.

"Me corté estando dentro del cuarto y pasé allí tres días. Mi mente ya no daba más. Me sentía como un perro; te tiraban la comida del rancho y decían: 'Ahí está tu comida.'" — Monserrat

Es imperativo que se denuncien estas prácticas y se promueva una reflexión profunda sobre las condiciones inhumanas en las que viven las personas, en las cuales los tratamientos médicos son irregulares, insuficientes y, en muchos casos, inexistentes. Los testimonios revelan una realidad alarmante que requiere urgente atención y acción.

Vicente nos ofrece una visión clara del desafío constante que enfrentan las personas privadas de libertad en cuanto a su acceso a los tratamientos médicos. "En el último tiempo, porque hemos encendido la alarma, hay un poco más de acceso, constancia y continuidad en los tratamientos", explica Vicente. Sin embargo, la realidad sigue lejos de ser ideal. Aunque ha habido ciertas mejoras, la irregularidad persiste. Los tratamientos para la salud mental, por ejemplo, siguen siendo problemáticos. Vicente detalla: "A veces se los dan muy seguidos o todos de una, lo que resulta en estados de dopaje o en periodos prolongados sin medicación". Esta administración errática no solo complica el tratamiento de las enfermedades mentales, sino que también perpetúa una situación de vulnerabilidad y desamparo.

La falta de personal adecuado e informado agrava aún más la situación, aunque se menciona la escasez de funcionarios como una razón, la verdadera cuestión parece ser una falta de interés por parte de las autoridades penitenciarias. Este desdén institucional revela una deshumanización sistemática que ignora las necesidades básicas de salud de la población LGBTIKA+

Victoria añade una perspectiva crítica sobre el acceso a los tratamientos hormonales, que son vitales para las personas trans. A pesar de que la ley garantiza el acceso a estos tratamientos, Victoria denuncia que en ciertos centros, como en Quillota, esta garantía no se cumple. "En Quillota no lo hacen", afirma Victoria, contrastando con la experiencia en otras instalaciones. "Muchxs compañerxs, al encontrarse en un entorno que no apoya su transición, se ven obligadas a automedicarse". Esto no solo es peligroso sino que expone a las personas a riesgos graves sin la supervisión médica adecuada.

Los tratamientos hormonales, como Victoria explica, no son meros caprichos, sino elementos esenciales para el bienestar físico y emocional. La falta de acceso a estos tratamientos puede tener consecuencias graves: "Sin exámenes basales, la compañera arriesga su vida, se expone a la trombosis". Este riesgo es una manifestación clara de cómo la negligencia en la atención médica puede tener efectos devastadores en la salud de las personas trans.

Un tema adicional que Victoria aborda es el problema de la silicona industrial, una práctica que ha surgido en algunos casos como una medida de supervivencia. Usar silicona para pasar como mujeres cisgenero no fue una opción, sino una estrategia para evitar la violencia en una sociedad que atacaba a quienes no se ajustaban a los estándares tradicionales de género.

"Para mí fue un cambio que necesitaba hacer, porque tenía disforia y me sentía menos. Mi época no es la misma que la tuya, y en mi época la silicona la llevaba. He visto morir gente por exceso de silicona, la Nicole, ¿te acordai?, exceso de silicona y otras tanto que hemos tomado la mala decisión de ponernos." — Nancy

Muchas mujeres trans, en un esfuerzo por cumplir con sus necesidades corporales y de identidad, se han inyectado silicona industrial o aceite de avión. Este procedimiento peligroso ha dejado secuelas graves en su salud, con problemas que aún no reciben la atención. Victoria menciona el caso de Silvana, quien recién pudo acceder a la remoción de silicona infectada gracias a la intervención de las autoridades públicas.

La continua falta de acceso a tratamientos adecuados para las personas que enfrentan estas situaciones expone una deuda histórica y una injusticia que se manifiestan en la vida diaria dentro del sistema carcelario.

Además de la falta de acceso a tratamientos médicos adecuados, las personas en el pabellón de diversidades sexuales enfrentan exclusiones y dificultades adicionales. La indumentaria y los accesorios, que alguna vez fueron prohibidos, todavía están sujetos a recriminaciones constantes por parte de los guardias. "Cada paco las recrimina por el uso de determinada prenda de vestir", señala Victoria. Esta vigilancia y exclusión también se extienden a la dificultad para recibir encomiendas, que son fundamentales para la vida dentro de la cárcel.

La falta de acceso a artículos básicos y la exclusión de espacios públicos, como las áreas de visitas, donde se teme que la presencia de personas trans pueda alterar el orden, ilustran un ambiente de constante vigilancia y discriminación. Estos obstáculos afectan profundamente la calidad de vida y el bienestar de las personas privadas de libertad.

LA CREACIÓN ARTÍSTICA Y LA SOBREVIVENCIA

Importancia de la creación para la sobrevivencia de diversidades sexo genericas en la cárcel 

En la cárcel, la creación artística emerge no sólo como un medio de expresión, sino como una herramienta vital para la supervivencia y la resistencia. Las personas LGBTIKA+ enfrentan una marginación severa tanto fuera como dentro de la cárcel. En el entorno carcelario, esta marginación se intensifica, y crea un aislamiento aún más cruel. Sin embargo, en los espacios donde tienen acceso a talleres artísticos, se evidencian pulsos de transformación personal y colectiva. El arte se convierte en un medio para resignificar experiencias dolorosas y recuperar una voz que el sistema carcelario ha intentado negarles. 

"Yo dentro de la cárcel tomé un curso de literatura, aprendí a expresar emociones y sentimientos en base a lo que escribía. Gané un concurso de literatura súper importante, 'Concepción en mi palabra' es uno de ellos." — Nancy

La creación artística desempeña un papel fundamental en la supervivencia dentro de las cárceles y funciona como una herramienta esencial para el manejo del estrés y la resiliencia emocional. En un contexto caracterizado por la opresión y la falta de libertad, el arte ofrece una forma de escape psicológico y emocional que permite a lxs participantes procesar y expresar sus experiencias. Esta capacidad de externalizar sentimientos y pensamientos a través de medios artísticos no solo ayuda a aliviar el impacto psicológico del encarcelamiento, sino que también contribuye a la preservación de la identidad personal en medio de circunstancias deshumanizadoras.

"Estos talleres me ayudan a sentirme creadora; todo lo que creo lo pienso primero. Creo mis cosas con mi mente, yo no sigo órdenes, no replico. Me gusta cranear la mente, porque la mente es un don." — Lissette

Además, la creación artística proporciona un sentido de propósito y logro que puede ser fundamental para el bienestar emocional. En el entorno carcelario, donde la rutina diaria es desalentadora y monótona, el arte permite a las personas encontrar un objetivo y otros horizontes. 

"Para mí, el arte es terapia. Cada vez que estoy estresada o quiero alejarme de los pensamientos que tengo... Agarro una revista, la recorto, y hago una tarjeta para mi hijo o un marco para sus fotos. Eso me ayuda a desconectarme. He ido a terapia, musicoterapia, aromaterapia... instancias que me han ayudado a conocerme y entenderme. Me siento creadora; he hecho collage, interpretado sueños, y ahora estamos creando cartas de tarot." — Margaret

La participación en actividades creativas fomenta el desarrollo de habilidades, la autoestima y la autoeficacia, aspectos todos cruciales para mantener la motivación y la esperanza. La capacidad de crear algo tangible y significativo actúa como un antídoto frente a la desesperanza y la alienación que muchas veces acompañan al encarcelamiento.

"Hubo un tiempo que me cortaba los brazos, hubo un tiempo que andaba volando en pastillas, me cortaba las piernas, pero llegó un momento en que maduré y empecé a darme cuenta de que haciendo todo eso no iba a salir de la cana. Los talleres me han ayudado mucho, al igual que rezar." — Lissette

El arte juega un rol fundamental en la construcción de comunidad y en la conexión con lxs demás. En los contextos carcelarios, donde la interacción social puede estar restringida y la convivencia puede ser tensa, las actividades artísticas proporcionan un espacio para la colaboración y el apoyo mutuo. Los proyectos creativos sirven como un medio para fortalecer los lazos entre lxs participantes, promover la empatía y facilitar la construcción de una red de apoyo dentro y fuera del entorno penitenciario. Esta dimensión social del arte contribuye a la creación de un sentido de pertenencia y cohesión social, elementos importantes para la adaptación y la supervivencia en un contexto hostil.

"El arte me ayuda a sentirme mejor; nos saca un poco de la cárcel y nos permite compartir con las demás. Es bueno para la mente, porque una piensa mucho, y hacer cosas así nos ayuda a salirnos un rato de la rutina y conectar con otras personas, algo que no es muy común aquí. En esos espacios se puede hablar, conocernos entre nosotras, porque en los módulos no se puede." — Viviana

Cabe mencionar, que el arte no solo actúa como un soporte para la resiliencia y la comunidad, sino que también se erige como una potente herramienta de denuncia. Al confrontar las realidades opresivas y cuestionar las estructuras sociales injustas, el arte puede desafiar el status quo y provocar una reflexión crítica y sensible. 

"Quiero que me recuerden como una persona alegre, porque a pesar de este lugar, sigo siendo así: alguien que trata de estar bien, de hacer las cosas bien, de compartir y ayudar a los demás. Mi hija me espera afuera. Ya está grande, ha crecido y cambiado. Necesito estar con ella y no seguir perdiendo momentos de su vida. Siempre pienso en mi familia, porque las amistades nunca llegaron acá." — Viviana

Susan Sontag sugiere, en su ensayo Contra la interpretación, que el arte posee un poder transformador, capaz de desestabilizar las percepciones convencionales y confrontar realidades incómodas (Sontag, 1966). En esta línea, el arte, al cuestionar las convenciones culturales dominantes, puede provocar inquietudes en algunas personas. 

El acceso amplio al arte representa una amenaza significativa para el estatus de las élites culturales al democratizar tanto la apreciación como la producción artística. Al abrir el campo cultural a una mayor diversidad de perspectivas y voces, se desafía el monopolio que estas élites han ejercido sobre la definición de lo que es culturalmente valioso. Históricamente, las élites han controlado la producción y la recepción cultural, han establecido y reforzado jerarquías que perpetúan sus propios intereses y perspectivas. La expansión del acceso al arte pone en cuestión esta autoridad y cuestiona las normas y criterios que han sido utilizados para validar y privilegiar ciertas formas de expresión artística sobre otras. Este desafío no solo altera las estructuras de poder en el ámbito cultural, sino que también promueve una reconfiguración de lo que se considera legítimo y valioso en el arte, y subvierte el control que las élites han mantenido sobre el campo cultural.

"Para mí, el arte es todo, me encanta el arte, es algo cultural que para mí nace, fluye y no tiene direcciones, es para todos los lados." — Cata

Esta democratización de derechos culturales que realizamos en cárceles no solo democratiza la creatividad individual, sino que también democratiza la esfera pública y  ofrece oportunidades para la reflexión crítica y la transformación social. En este sentido, el arte se convierte en una poderosa herramienta para desafiar estereotipos, construir puentes entre diferentes grupos y enriquecer el patrimonio cultural compartido de la humanidad.

Pabellón de Diversidades Sexuales

En el Pabellón de Diversidades Sexuales del CDP de Quillota, que es una unidad penal masculina, se albergan principalmente hombres gays, mujeres trans y hombres bisexuales, al igual que en los demás módulos especiales del país.

Los talleres en el pabellón de diversidades comenzaron inicialmente con un enfoque en la danza, la expresión corporal y la representación escénica. Estos talleres ofrecieron a lxs participantes una plataforma para explorar sus emociones y expresar sus identidades a través del movimiento y expresión escénica. La danza y la expresión corporal permitieron una conexión íntima con el propio cuerpo y facilitaron la liberación emocional y la comunicación no verbal. La representación escénica, por su parte, brindó una oportunidad para que lxs participantes compartieran sus experiencias personales en un entorno de apoyo y creatividad.

"Para mí, el arte que hice y que llevé a la exposición en la ex cárcel me gustó mucho. Exhibí mi cuerpo, mi rostro; fue bacán porque no era yo, era mi otro yo, mi clon. Me generaba orgullo, y me hacía sentir que puedo surgir. El arte me ayuda a resignificar mi experiencia, y con fuerza y voluntad, me ayuda a pasar el tiempo." — Monserrat

A medida que los talleres se hicieron constantes, se incorporaron nuevas disciplinas, miradas y prácticas. La escritura autobiográfica se sumó como una herramienta para que lxs participantes reflexionaran sobre sus propias historias y vivencias. La fotografía y el retrato proporcionaron medios adicionales para la autoexpresión y la representación visual de la identidad personal y colectiva. En paralelo, el yoga se introdujo como una práctica de autocuidado, que ofrece un respiro físico y mental de la rutina carcelaria y promueve el bienestar integral.

La actividad "Café de la Muerte", organizada por la Fundación Muerte, fue un espacio de diálogo profundo sobre el significado de la muerte y su impacto en las vidas de lxs asistentes. Este encuentro se desarrolló en torno a un desayuno en el que participaron representantes de Gendarmería, del área técnica, del Ministerio de las Culturas, las Artes y el Patrimonio a través de CENTEX, así como compañerxs privadxs de libertad. 

La jornada comenzó con una meditación guiada, que ayudó a crear un ambiente de introspección y calma. Luego de esto, cada participante tuvo la oportunidad de presentarse y compartir su vínculo personal con la muerte, lo que generó un diálogo abierto sobre cómo han vivido y experimentan este tema.

Tras esta conversación, se realizó una de las dinámicas más simbólicas de la Fundación Muerte: el uso de un ataúd, que fue llevado en una caminata desde el hall hasta la cancha, recorriendo el recinto. Al llegar a la cancha, la actividad culminó con la presentación de la cantante nacional Camila Moreno, invitada especial del día, quien interpretó varias canciones y generó un espacio de participación que abarcó tanto al Pabellón de Diversidades como a la sección femenina de Quillota.

 Este "Café de la Muerte" permitió explorar perspectivas diversas y profundas sobre la muerte. Además, la creación de videos y otras actividades audiovisuales ofrecieron a lxs participantes una vía de expresión artística y personal, que aportó una dimensión creativa a la experiencia.

La metodología de los talleres desarrollados en el Pabellón de Diversidades ha sido flexible y adaptativa. Por ejemplo, el proceso de creación de Cristales se ajustó a los intereses y problemas emergentes de personas privadas de libertad, y se basó en conversaciones previas y un contexto compartido. Este enfoque permitió que los temas y testimonios surgieran de manera orgánica, y respondieran a las necesidades y experiencias individuales.

Se han utilizado diversos recursos, como cartulinas negras y plumones blancos, para facilitar la autoexpresión y abordar temas sensibles. Estos materiales permiten representar sus sentimientos y reflexionar sobre sus experiencias de manera visual. También se han empleado imágenes ilustrativas para conectar el concepto de performance con la vida cotidiana, y ayudar a lxs participantes a integrar el arte en sus realidades diarias.

"Cristales" no fue simplemente una representación teatral, sino un acto político que permitió visibilizar las voces y compartir las vivencias y luchas de la comunidad LGBTIKA+ privada de libertad. A través de testimonios vívidos, "Cristales" desafió el olvido y convirtió el vacío en un espacio de resistencia y denuncia. Esta producción fue un recordatorio palpable de las injusticias y desigualdades que enfrentan quienes están marginadxs en el sistema carcelario. 

En los talleres de autocuidado, como los de yoga, se integró en ocasiones la participación de profesionales de la salud, lo que ha ofrecido un enfoque complementario. Sin embargo, se han presentado desafíos significativos, que incluyen la dificultad para mantener la participación constante y el equilibrio entre jerarquías. La estructura horizontal y evitar las relaciones de poder tradicionales en la pedagogía han sido fundamentales para fomentar un ambiente de colaboración y respeto.

Los talleres en el Pabellón de Diversidades Sexuales han surgido desde la danza y la expresión corporal hacia una variedad de disciplinas y prácticas artísticas, escriturales y reflexivas. Estos talleres han proporcionado un espacio para la autoexploración, la reflexión individual/colectiva y la expresión dentro del entorno hostil de la cárcel.

Un momento significativo fue la conmemoración del orgullo, que tuvo lugar el pasado 10 de julio en el Pabellón de Diversidades. Esta fue la segunda conmemoración del día del orgullo LGBTIKA+ en el CDP Quillota. La actividad incluyó una variedad de espectáculos que abarcaban diversas disciplinas artísticas, tales como danza, música en vivo, lipsync, poesía y la instalación de una exposición de imágenes representativas de la comunidad LGBTIKA+, bajo la curaduría del Contra-Museo de Rota.

Entre las artistas que participaron, se destacaron figuras de renombre internacional como el colectivo Las Tesis, junto a artistas locales como Analy Fontaine, Divina Tota y Organa Feminazi. También hubo una notable participación de varias personas que actualmente se encuentran privadas de libertad. A la actividad asistieron representantes de la sección femenina del centro penitenciario, personal técnico y altos mandos de Gendarmería, además de compañeras de nuestra colectiva Pajarx Entre Púas y la Fundación Prodemu.

Es importante resaltar la significativa participación de quienes organizaron este evento, en especial el Pabellón de Diversidades Sexuales de Quillota. Su labor demostró que, a pesar de los desafíos inherentes a la realización de un evento de tal magnitud en un contexto penitenciario, el resultado fue profundamente emotivo y conmovedor. Al finalizar la actividad, se invitó a los organizadores a participar en un coffee break junto a los artistas, lo que facilitó un espacio propicio para el diálogo y el apoyo mutuo.

Relaciones  afectivas entre mujeres

El amor entre mujeres dentro de las cárceles constituye una forma de resistencia frente al sistema penitenciario, una maquinaria que busca controlar tanto sus cuerpos como sus emociones. En un entorno diseñado para imponer aislamiento y disciplina, las relaciones afectivas entre mujeres surgen como un espacio de solidaridad y apoyo mutuo, que desafían las normas heteronormativas y patriarcales que impregnan la vida intramuros.


"Adentro tuve experiencias con mujeres y me quedó gustando. Hace 3 años que tengo una pareja, algo sólido y estable; nos casamos caneramente, tuvimos nuestro ritual y luna de miel dentro de la cárcel. Primero simulamos un altar con curas y nos casamos. El símbolo era un tajo bajo el pecho, que consistía en juntar los pechos con sangre y sellar el matrimonio. Mirá, acá lo tengo… Estaba todo el módulo; fue en el patio hace 3 años. Y bueno, para terminar esa relación, una se tiene que hacer un corte vertical en el tajo, pero yo no lo he hecho porque aún sigo con ella, aunque él, porque ahora es trans." — Margaret


Lejos de ser meros actos privados, estas alianzas se convierten en prácticas políticas que reconfiguran el orden social carcelario y permiten a las mujeres resistir al castigo impuesto sobre sus cuerpos. En medio de la hostilidad y el control, el afecto y el cuidado entre mujeres devienen en estrategias que les permiten encontrar una forma de subsistencia emocional y resistencia diaria.


Para Natali Ojeda (2017), el amor entre mujeres en las cárceles es una de las prácticas fundamentales que configuran el orden social interno. Estas relaciones son más que un escape emocional; son alianzas subversivas que desafían el régimen de vigilancia constante.


’’El encierro, los gritos, los cortes en los brazos, las peleas y los insultos forman parte del escenario cotidiano de la cárcel junto con las caricias, los besos, los abrazos, la escucha, la compañía y la complicidad entre mujeres. Estas relaciones afectan los sentidos que adquieren aquellos que estructuran la institución penitenciaria, como la vida y la trayectoria carcelaria de estas mujeres.’’  (Ojeda, 2017, p.9)

Las experiencias afectivas y las vivencias de mujeres lesbianas y bisexuales en prisión se hicieron evidentes durante las jornadas temáticas desarrolladas en el marco del Plan Regional de Fomento Lector 2024: Mes LGBTIKA+. Este encuentro, realizado en varias cárceles de la Región de Valparaíso, reveló la existencia de relaciones afectivas entre mujeres. La jornada, orientada a promover la reflexión sobre la diversidad sexual y de género, brindó un espacio donde las mujeres pudieron compartir sus experiencias, muchas de las cuales habían sido silenciadas o invisibilizadas fuera del contexto carcelario.

Durante la jornada, surgieron relatos sobre cómo las mujeres, al estar privadas de libertad, han tenido la oportunidad de explorar y reconocer su sexualidad de maneras que quizás no habían podido hacer en la sociedad fuera de la prisión. Estas experiencias no son excepcionales, sino más bien parte de una realidad que revela cómo las mujeres construyen sus redes de apoyo y afecto en un entorno marcado por la represión y el control.

"Al principio yo no era bisexual; cuando llegué, me gustaban los hombres, pero con el tiempo me comenzaron a gustar las mujeres. Pero me costó al principio; no sabía cómo hacerlo y tenía miedo del qué dirán. Pero después me di cuenta de que en la cárcel era normal, muy común, no es tema como en la cárcel de hombres." — Viviana

La discusión también permitió reflexionar sobre las normas que regulan la monogamia, la heterosexualidad y las formas de relación afectiva tanto dentro como fuera de la prisión. Muchas mujeres expresaron curiosidad por explorar su sexualidad con otras mujeres, lo que demostró que estas experiencias, a menudo estigmatizadas, forman parte de la vida cotidiana del encierro.

Un aspecto crucial de la jornada fue la reflexión sobre las diferencias en las formas de discriminación que enfrentan las mujeres lesbianas en comparación con los hombres gays. Se destacó que, mientras ambos grupos sufren opresión, las mujeres enfrentan una violencia patriarcal particular, dado que sus cuerpos son frecuentemente sexualizados y objetificados bajo la mirada androcéntrica ―masculina―. Esta objetificación refuerza formas específicas de violencia física y simbólica, que intentan reducir su autonomía. A pesar de esto, las mujeres encuentran formas de resistencia y apoyo mutuo en sus relaciones afectivas, transformando sus vivencias en actos de solidaridad y amor en contra del castigo.

LO METODOLÓGICO Y LO ÉTICO 

Como Pájarx Entre Púas, hemos adoptado la estrategia de asistir en parejas a las cárceles. Esta práctica nos ha brindado la oportunidad de compartir experiencias y aliviar la carga emocional después de salir de actividades y talleres. Evitar llevar ese peso a solas durante el resto del día es esencial y, al reconocer los momentos difíciles dentro de la cárcel, esta estrategia se convierte en un valioso respaldo emocional. Es por eso que en todos nuestros talleres trabajamos en duplas (o en bandada).

Estrategias de acompañamiento

El acompañamiento situado, entendido como el apoyo brindado por miembros de la misma comunidad LGBTIKA+, juega un papel crucial en el acompañamiento desarrollado en el pabellón de diversidades de Quillota. Este tipo de acompañamiento se distingue por su proximidad biográfica y contextual, y facilita una relación de confianza y horizontalidad entre talleristas y personas privadas de libertad. La capacidad de conectar a nivel personal y compartir experiencias similares resulta fundamental para crear un entorno de apoyo.

Para entender la relevancia del acompañamiento situado, es importante conocer a quienes desempeñan este rol en el pabellón: Victoria y Vicente son dos miembros cruciales en nuestra organización, quienes han dedicado su tiempo y esfuerzo a apoyar a la población LGBTIKA+ en el sistema penitenciario.

Victoria, de 25 años, es más conocida como Organa Feminazi en el mundo del arte y la performance, y lleva aproximadamente tres años trabajando con Pajarx Entre Púas. Su labor se centra en ser tallerista, red de apoyo y colaboradora en diversas instancias. Victoria aporta una sensibilidad especial hacia las artes escénicas y un compromiso profundo con el trabajo comunitario en el contexto penitenciario. Por otro lado, Vicente, de 33 años, lleva casi dos años en la organización. Ella se encarga de la fotografía y el registro audiovisual del Pabellón de Diversidades Sexuales, así como de la gestión de actividades culturales dentro y fuera de la cárcel. Vicente actúa como tallerista y red de apoyo, con una conexión personal con las personas privadas de libertad, influenciada por su experiencia personal y familiar con el sistema penitenciario. Ambas, Victoria y Vicente, son talleristas y trabajan como acompañantes de la población LGBTIKA+ privada de libertad en Quillota, Valparaíso.

En el complejo entramado del sistema penitenciario, el pabellón de diversidades en la cárcel de Quillota se ha convertido en un espacio de resistencia y cambio. A través de las voces de quienes trabajan en él, como Victoria y Vicente, podemos asomarnos a un espacio donde las estrategias de acompañamiento no solo buscan mitigar las adversidades, sino también intentar transformar las dinámicas del entorno carcelario, dentro de lo que se puede, más que de lo que se quiere.

Victoria nos cuenta cómo, desde su llegada al pabellón de diversidades, ha sido testigo de una serie de transformaciones significativas: “El cambio más visible fue el de renombrar el espacio de ‘sección especial’ a ‘pabellón de diversidades’”, relata Victoria. Este cambio no es solo una cuestión de nombre, sino una manifestación tangible de un esfuerzo más amplio por transformar el entorno. “Estamos generando espacios colectivos, invitando a las personas privadas de libertad a participar activamente y a integrar nuevas lógicas de relación. Utilizamos el trabajo autobiográfico, la escritura y la fotografía para crear un espacio en el que puedan compartir sus historias y denunciar las injusticias que enfrentan”, menciona Victoria.

Este enfoque artístico y comunitario no es solo una técnica; es un acto de resistencia frente a una lógica punitiva que muchas veces normaliza la negligencia y abandono estatal. Victoria menciona cómo, a lo largo de los años, se han desarrollado diversas iniciativas, como el “Café de la Muerte” ―abordado anteriormente―,  un espacio dedicado a la reflexión sobre el concepto de muerte y su impacto en las vidas de las participantes, que involucró a artistas y colaboradxs externos, quienes construyeron un puente entre afuera con el adentro. 

Vicente, por su parte, aporta una perspectiva profundamente personal y emocional a su trabajo. Su motivación para intervenir en el pabellón de diversidades no solo surge de un compromiso profesional, sino también de una experiencia personal que se remonta a su infancia: “Cuando era joven, solía visitar la prisión. Esa experiencia me mostró de primera mano la deshumanización y el trato indigno que se vive dentro de las cárceles”, comparte Vicente. Esta vivencia personal le impulsa a tratar a cada participante con la dignidad y el respeto que merece.

Vicente también subraya la importancia de la empatía y la conexión personal en su trabajo: “En nuestro caso, la conexión es crucial. Hablamos el mismo idioma y compartimos experiencias similares, ya sea relacionadas con la identidad de género o el VIH. Esta cercanía nos permite abordar temas sensibles de manera más informada ”, explica Vicente. La fotografía, en su práctica, se convierte en un puente entre ella y las personas con las que trabaja: “Escuchar sus historias y documentarlas crea un espacio de confianza. La fotografía no solo captura momentos, sino que también permite a las personas expresar sus emociones y vivencias”, dice.

El acompañamiento ofrecido por miembros de la misma comunidad LGBTIKA+ tiene una importancia fundamental. Victoria observa que esta cercanía contextual facilita una relación de confianza y horizontalidad: “Nuestro conocimiento compartido de las experiencias de vida nos permite construir una relación auténtica. No se trata solo de apoyar, sino de hacerlo desde una posición de comprensión y respeto mutuo”, comenta. Vicente coincide en que esta conexión personal evita la creación de una jerarquía entre acompañantes y participantes, y promueve en su lugar una colaboración genuina.

Sin embargo, el entorno carcelario presenta desafíos constantes. Victoria destaca que, a pesar de los esfuerzos por mantener la estabilidad y la confianza, las problemáticas internas como adicciones a la pasta base y conflictos financieros pueden desestabilizar el entorno: “Las dinámicas de la cárcel, como los traslados de las compañeras y el deterioro de sus condiciones de vida, requieren una capacidad de adaptación constante”, señala. La necesidad de flexibilidad y adaptación es crucial para mantener un acompañamiento efectivo.

El arte juega un papel vital en este entorno desafiante. Victoria subraya la importancia de democratizar el acceso a las herramientas artísticas y afirma que el arte no solo proporciona medios para la autoexpresión, sino que también debe ser adaptado a las necesidades y contextos específicos de las personas privadas de libertad: “El arte tiene el poder de empoderar y construir comunidad. Es esencial que las personas privadas de libertad tengan acceso a estas herramientas de manera que resuene con sus experiencias y realidades”, concluye Victoria.

A través de las voces de Victoria y Vicente, podemos ver que el trabajo en el Pabellón de Diversidades no es solo una cuestión de estrategias, sino una lucha constante por la dignidad, memoria y reparación. En un entorno marcado por la deshumanización, los esfuerzos de nuestras compañeras para ofrecer un acompañamiento significativo y situado destacan como un faro de esperanza.

Estrategias de autocuidado

El acompañamiento a poblaciones LGBTIKA+ presenta una serie de desafíos y ventajas particulares, especialmente cuando este acompañamiento es realizado por miembros de la misma comunidad. Este enfoque, conocido como acompañamiento situado, permite una comprensión más profunda y una relación de confianza que es crucial para la efectividad del apoyo brindado. Este apartado explora las estrategias de autocuidado utilizadas por las talleristas y cómo estas impactan en su bienestar físico y emocional, así como en la dinámica del acompañamiento.

El trabajo en contextos carcelarios con poblaciones LGBTIKA+ enfrenta numerosos desafíos, entre los cuales se destaca la necesidad de constancia y adaptabilidad. Victoria señala que mantener un esfuerzo constante es fundamental para el desarrollo de relaciones de confianza y la construcción de un tejido comunitario sólido entre las personas encarceladas. Sin embargo, esta constancia es frecuentemente puesta a prueba por las condiciones cambiantes y las tensiones internas de la cárcel.

"La constancia es un desafío porque, a pesar de nuestro trabajo arduo, las problemáticas internas pueden dañar el tejido comunitario que intentamos construir. La cárcel es un espacio impredecible, y debemos adaptarnos constantemente a nuevas situaciones." — Victoria

Esto subraya la paradoja del trabajo en contextos carcelarios: mientras que el objetivo es proporcionar apoyo y construir comunidad, el entorno mismo actúa como un agente desestabilizador, que dificulta la creación de un espacio seguro y efectivo para el cambio. Además, las dinámicas de poder y el constante riesgo de conflictos internos y traslados complican aún más la labor de las acompañantes. La imprevisibilidad del entorno carcelario requiere que las acompañantes sean versátiles y capaces de adaptarse rápidamente a situaciones emergentes, lo que puede ser emocionalmente agotador. Vicente también destaca que la adaptación a un entorno carcelario tan                                                                                                                                                            diferente del exterior es un desafío constante. Sin embargo, considera que la ventaja de trabajar en estos espacios es la posibilidad de documentar y visibilizar las realidades de las personas encarceladas a través de la fotografía, lo cual contribuye a un entendimiento más profundo de las experiencias vividas.

"El gran desafío es la estabilidad en un entorno que constantemente cambia. Sin embargo, la ventaja de trabajar en este espacio es poder documentar y visibilizar lo que ocurre dentro de la cárcel, y construir una historia compartida con las personas." — Vicente

La cárcel, como institución de control social extremo, refuerza una cultura de desconfianza y violencia que limita significativamente las posibilidades de apoyo. Este entorno, en lugar de ofrecer oportunidades para la rehabilitación y el cambio, opera como una estructura que perpetúa el sufrimiento y exacerba las desigualdades. La constante inestabilidad dentro de la cárcel representa un desafío crucial para cualquier intento de intervención. Mientras que herramientas como la fotografía pueden proporcionar una visibilidad valiosa y generar una conciencia externa, la realidad de trabajar en estos espacios revela que la cárcel no actúa como un vehículo de transformación, sino como un sistema que mantiene el estatus quo de opresión y desigualdad. 

La capacidad de adaptarnos a las condiciones cambiantes es fundamental, pero también cuestiona la efectividad real de las intervenciones. Nuestro trabajo realizado solo ofrece un alivio momentáneo al dolor, dado que las personas seguirán encarceladxs. En está línea, brindamos un respiro temporal en un sistema que sigue perpetuando el ciclo de violencia y desigualdad.

El impacto emocional y físico del trabajo en contextos carcelarios es significativo. Victoria comparte cómo la exposición continua a situaciones de sufrimiento y conflicto puede afectar su salud mental y emocional. La experiencia de estar en contacto constante con la adversidad dentro de la cárcel lleva a una inmersión en un problema colectivo que se siente incluso fuera del espacio físico de la prisión.

"El espacio carcelario me afecta emocionalmente, sobre todo porque algunas de las personas allí son mis amigas. A veces, el entorno de la cárcel se convierte en un problema colectivo que habito incluso fuera del espacio físico. La contención de Vicente me ha ayudado a enfrentar estos desafíos." — Victoria

Este testimonio ilustra cómo la cárcel, como institución punitiva, tiene un efecto dominó que extiende el sufrimiento más allá de sus muros. La carga emocional se convierte en una experiencia compartida que afecta tanto a las personas encarceladas como a quienes intentan ofrecer apoyo. Por otro lado, Vicente menciona que el impacto emocional se traduce en síntomas físicos, como fatiga y tensión. La conexión entre mente y cuerpo es evidente, y las prácticas de autocuidado, como el yoga y rituales de limpieza, juegan un papel crucial en el manejo del estrés acumulado.

"Lo emocional se refleja en lo físico. Las experiencias en la cárcel me afectan profundamente, y el yoga ha sido una herramienta crucial para trabajar en la conexión entre mente y cuerpo. Las prácticas de autocuidado, como los rituales de limpieza, me ayudan a mantenerme equilibrada." — Vicente

Las estrategias de autocuidado desarrolladas reflejan un esfuerzo por mantener la resiliencia en un entorno que busca constantemente desgastarnos. El autocuidado colectivo y los rituales de autocuidado se convierten en una forma de enfrentar la adversidad y sostenerse mutuamente en el proceso. Las estrategias desarrolladas por Vicente y Victoria son esenciales para manejar el impacto emocional y físico del trabajo en la cárcel. Vicente resalta la importancia del autocuidado colectivo y la complicidad en el trabajo en pareja. Esta estrategia no solo les permite sostenerse mutuamente en los momentos difíciles, sino que también facilita una forma de compartir las cargas emocionales y físicas inherentes al trabajo en entornos tan adversos.

"Hemos hablado sobre la importancia de sostenernos colectivamente. Si una no va, no va ninguna. Nuestra complicidad y apoyo mutuo son esenciales para enfrentar estos desafíos." — Vicente

El ritual de comer fruta juntas, el acto de obtener energía de la tierra después de las visitas a la cárcel se ha convertido en un gesto significativo de autocuidado. Este pequeño acto les proporciona un momento de calma y conexión después de experiencias intensas y agotadoras."Ahora tenemos un nuevo ritual. Compramos un plátano antes de tomar la micro de vuelta, y eso ha sido una forma sencilla pero efectiva de cuidarnos" — Vicente

Victoria, por su parte, ha aprendido a no encerrarse en sí misma después de sus visitas a la cárcel. Aunque en el pasado no prestaba mucha atención al autocuidado, ahora busca el apoyo de amigxs y evita el aislamiento para manejar mejor el impacto emocional: "Antes no prestaba mucha atención al autocuidado, pero ahora trato de no estar sola cuando vuelvo de la cárcel. Busco la compañía de amigas para no encerrarme en mi tristeza" - Victoria

La construcción de redes de apoyo dentro de la comunidad y la memoria colectiva son cruciales para enfrentar un modelo neoliberal y punitivo que ha afectado históricamente la comunidad LGBTIKA+, especialmente a personas trans-travestis. Victoria destaca la importancia de la memoria colectiva para evitar la repetición de vulneraciones sistemáticas y recordar las injusticias sufridas por las compañeras que existieron antes que nosotras. 

"La construcción de la memoria colectiva es crucial. Nos permite no repetir vulneraciones sistemáticas y recordar las injusticias que han sufrido nuestras compañeras antes que nosotras." — Victoria

El trabajo en contextos carcelarios con poblaciones LGBTIKA+ presenta desafíos significativos que impactan tanto a las personas encarceladas como a nosotras. Sin embargo, mediante estrategias de autocuidado adecuadas y un enfoque en la construcción de redes de apoyo y memoria colectiva es posible enfrentar estos retos. 

Condenas complejas y nudos éticos 

Para quienes trabajamos en la intersección del abolicionismo penal y el apoyo emocional a personas privadas de libertad ―en nuestro caso con mujeres y diversidades sexogenericas―, enfrentar los dilemas éticos que surgen en torno a la violencia sexual suele ser conflictivo. Si bien la mayoría de las personas  están encarceladxs por delitos menores, hay otras que no.

La tensión entre nuestros principios abolicionistas y la necesidad de abordar crímenes que infligen un sufrimiento tan profundo para las víctimas revela una contradicción fundamental entre la práctica y la teoría del abolicionismo penal. ¿Hasta qué punto todx presx es político?

El abolicionismo penal, con su firme oposición al sistema carcelario y su propuesta de alternativas a la prisión, se enfrenta a desafíos éticos complejos y a menudo contradictorios, cuando se trata de delitos graves como los abusos sexuales o el asesinato. El carácter aberrante de estas prácticas pone en disputa los principios fundamentales del abolicionismo penal, que buscan transformar el sistema de justicia y reemplazar la prisión con formas de justicia restaurativa. Estas prácticas, con su impacto devastador y su carga simbólica, desafían nuestros diversos posicionamientos políticos cuando trabajamos en cárceles ―somos diferentes entre nosotras y no todas pensamos igual―.  Sin embargo, velar por el cumplimiento de los derechos humanos de mujeres y diversidades sexuales y de género encarceladas sigue siendo un pilar fundamental, irrenunciable y compartido entre nosotras.

En este sentido, nuestro enfoque no se basa en imponer criterios de selección para trabajar con personas encarceladas, ni segregamos a quienes ya están en prisión. Defendemos la idea de que, en el contexto de encierro, los derechos humanos son fundamentales y no están sujetos a negociación. Reconocemos, además, la diversidad y pluralidad de pensamientos entre quienes trabajamos en este ámbito; no todas nosotras compartimos las mismas perspectivas, somos diversas pero coincidimos en la importancia de abordar la dignidad humana como un eje central.

Existen crímenes que generan una respuesta visceral de rechazo para nosotras,  y que ponen de relieve una de las principales dificultades que enfrentan los feminismos antipunitivistas: la necesidad de reconciliar la magnitud del daño causado con una respuesta adecuada.

 Es urgente recordar que la violencia sexual se manifiesta como un espectro que permea cada espacio de nuestra sociedad y deja una marca indeleble en generaciones y cicatrices profundas en su paso. Esta forma de violencia no conoce fronteras; se presenta tanto dentro como fuera de las cárceles, a menudo más cerca de lo que imaginamos. Reconocer esta realidad nos lleva a un interrogante crucial sobre cómo podemos abordar el daño sin caer en la lógica punitiva y buscar alternativas que garanticen la justicia y la reparación para todas las partes que conforman el tejido social.

Como activistas antipunitivistas, nuestro objetivo es desafiar el enfoque que históricamente ha dominado la discusión sobre la violencia sexual. Este enfoque no solo castiga, sino que a menudo perpetúa el ciclo de violencia, ya que ignora las raíces profundas y sistemáticas del problema. Es crucial que podamos despojarnos de la noción de que la prisión es una solución válida para lxs perpetradorxs de violencia. 

Es esencial que reconozcamos que muchos de estos comportamientos surgen de contextos donde la violencia ha sido la norma, lo que crea una herencia generacional que no se desvanece con el encierro; de hecho, tiende a agravarse. Este fenómeno pone de manifiesto la necesidad urgente de cuestionar nuestras respuestas ante la violencia, y nos invita a buscar alternativas que vayan más allá de las soluciones punitivas. 

Debemos enfocarnos en abordar las raíces del problema, promover una reparación histórica y transformar las estructuras sociales que perpetúan la violencia. Solo así podremos construir un mundo diferente. Es a través de este proceso de transformación y reflexión crítica que podremos aspirar a una sociedad donde la violencia no sea la respuesta ni la norma. 

La lógica del castigo frecuentemente oculta la realidad de que la violencia es un fenómeno y problema colectivo. Las consecuencias de la violencia son compartidas y sus raíces se encuentran en dinámicas sociales, económicas y culturales profundamente arraigadas. Entonces, surge la pregunta: ¿por qué somos nosotras quienes debemos cargar con la responsabilidad de encontrar una solución cuando el problema es de todxs? La búsqueda de respuestas efectivas no debería ser una tarea individual, o de unas pocas, sino un sueño colectivo que involucre a toda la sociedad en la construcción de un futuro diferente.

Diversas personas han cargado con el peso de una historia dolorosa y complicada. Separar el castigo del individuo es un paso fundamental en nuestro trabajo; esto no implica justificar la violencia, sino entender sus raíces y abordar el fenómeno desde un enfoque estructural. Nosotras, en muchas ocasiones, debemos asumir la responsabilidad de abordar la historia de quienes perpetran la violencia. Esta labor política no es fácil; exige energía, convicción y una voluntad de enfrentar el dolor y la incomodidad.

Acompañamos a personas que el Estado busca desechar. La conversación sobre la violencia en el contexto carcelario es, sin duda, incómoda. Muchas de nosotras que hemos sido víctimas de vulneraciones y agresiones nos hemos visto obligadas a revivir nuestro trauma al confrontar espacios con personas que han reproducido violencia. Como feministas anticarcelarias, debemos cuestionar cómo podemos crear un entorno en el que las voces de las víctimas sean priorizadas y, al mismo tiempo, se repare todo el tejido social que debemos transformar. Las personas condenadas no van a desaparecer y en algún momento van a salir al mundo. 

Es muy fácil juzgar nuestro trabajo en cárceles cuando nadie se está haciendo cargo de la complejidad de estas realidades. En un contexto donde se valida la cárcel como un espacio de exterminio, debemos cuestionar profundamente qué significa realmente buscar justicia y cómo podemos construir un futuro en el que la violencia sea confrontada y no evadida. 

¿Cómo se puede lograr una justicia que sea tanto libre de lógicas punitivas y a la vez efectiva y reparadora para las víctimas sin caer en los mismos errores del sistema punitivo que el abolicionismo pretende abolir?

Enfrentar el desafío de encontrarse con personas condenadas por delitos sexuales, asesinato o descuartizamiento requiere estrategias sensibles y cuidadosamente diseñadas. La escucha activa, como herramienta de resistencia a la deshumanización, debe ser manejada con extrema cautela cuando nos encontramos con personas que han reproducido estas violencias. Esta forma de empatía debe evitar la trampa de justificar o minimizar el daño, y en su lugar, debe centrarse en entender la raíz estructural, el impacto del crimen y el proceso de reparación.

Estamos plenamente conscientes de que no tenemos todas las respuestas y de los desafíos éticos que enfrentamos en el trabajo en contextos carcelarios, pero de que lo que tenemos claridad es que las personas están privadas de libertad, no de dignidad y que velamos por los derechos humanos. No avalamos ni justificamos ningún tipo de violencia; nuestra misión es trabajar, a través de las artes, hacia la reparación y la dignidad para mujeres y diversidades sexogenéricas encarceladas. El trabajo con personas privadas de libertad, especialmente aquellas con condenas complejas, plantea nudos éticos significativos que no se resuelven fácilmente. 

Estos desafíos no implican una aceptación de la violencia, sino una profunda reflexión sobre cómo mantener nuestro compromiso con la abolición de las cárceles como horizonte, mientras buscamos formas efectivas y respetuosas de abordar y resolver estos conflictos éticos. En última instancia, la búsqueda de una reparación social, efectiva y comunitaria requiere una constante revisión de prácticas y principios para garantizar que nuestro trabajo no comprometa nuestro rechazo a la violencia y nuestra búsqueda de un mundo sin muros ni lógicas punitivas. 

REFLEXIONES FINALES

A lo largo de este proyecto, hemos explorado el papel de la creación artística en la vida de personas LGBTIKA+ privadas de libertad. Estos espacios artísticos no solo resignifican la experiencia vivida como una vía de escape de la rutina carcelaria, sino que son herramientas de agencia, autoconocimiento y resistencia. Los testimonios de compañerxs que participan en estos talleres artísticos evidencian pulsos de transformación que desafían las lógicas punitivas del sistema carcelario. En este sentido, el arte se convierte en un acto de supervivencia y una forma de reafirmar la propia humanidad ante una estructura que busca negarles su identidad y su autonomía.

"Me recuerdo que soy una mujer guerrera, que he salido de muchas. He estado en hogares, en partos intensos, en Sename, en cárceles de menores, y de todas he salido como sobreviviente. Ahora llevo 9 años y, aun así, me siento cuerda. Cada día me supero más y trato de no tener problemas en las circunstancias del día a día. El arte me saca… me ayuda a sacarme de la volá." — Margaret

La capacidad de crear dentro de una maquinaria de tortura como la cárcel no es algo trivial, es un acto fundamental. La creación artística proporciona una forma de agencia y autodeterminación a quienes han sido despojados de casi todas las demás formas de poder sobre sus vidas. En estos espacios, las personas no solo crean arte, sino que también reconstruyen sus historias, resignifican sus experiencias y su relación con el mundo. El arte en las cárceles, entonces, no solo es un medio de expresión personal, sino también una forma de reivindicación y sanación. 

Hablar de sanación aquí no se reduce a la dicotomía de enfermo y sano, sino que implica un proceso de reparación biográfica que permite a las personas reconfigurar su identidad y sus narrativas en un contexto que, por lo general, busca borrarlas. Este proceso de sanación se convierte en un acto de resistencia, en el cual la creación artística se transforma en una herramienta vital para desafiar la opresión y reconstruir un sentido de pertenencia y dignidad en medio de la adversidad.

A través del arte, las personas pueden volver a protagonizar su propia historia. Si bien hay capítulos marcados por el dolor, la culpa, el miedo o la violencia, cada participante tiene la oportunidad de escribir nuevos capítulos que reflejan su resiliencia, crecimiento y agencia sobre sus vidas. El arte se convierte en un recurso de transformación y una fuga de un destino previamente trazado, que ofrece un espacio para que las voces se eleven, desafíen las narrativas impuestas y vislumbren un futuro más esperanzador y lleno de posibilidades.

Esta recuperación del protagonismo también permite a las personas enfrentar y desafiar un sistema que los reduce a meros números, a desechos sociales. A través de la creación, recuperan el poder de contar su historia desde su propia perspectiva, lo que les brinda una capacidad de creación y reflexión.

"Quiero que me recuerden como una buena mamá, una buena persona, una buena amiga, y una buena hija. Soy más que una presa." — Lisette

Las obras expuestas a lo largo de este proyecto invitan a lxs espectadores a adentrarse en un mundo donde el sufrimiento se transforma en arte, la vulnerabilidad se convierte en fortaleza y el silencio se quiebra a través de la expresión. Al exhibir sus creaciones, lxs artistas no solo comparten su historia personal, sino que también abren un espacio para la democratización de los derechos artísticos. Este proceso no se limita a una mera reivindicación del derecho a crear, sino que se convierte en un acto que desafía las narrativas que deshumanizan a quienes están encarcelados. 

A través del arte, se fomenta un diálogo crítico sobre el impacto del encarcelamiento en sus vidas. En este contexto, cada obra se transforma en un acto revolucionario que reivindica el derecho a ser escuchadxs, a ser vistxs y a ser valorados como seres humanos plenos, dignos de respeto y consideración.

Invitamos a imaginar un futuro sin cárceles, un mundo donde la justicia no se mida por la capacidad de castigar, sino por la capacidad de sanar y reparar las relaciones humanas. A medida que trabajamos para crear un mundo más justo, debemos recordar la potencialidad del arte y de la creación colectiva como recursos cruciales de transformación.

Así, la creación artística en prisión no solo representa un acto de resistencia individual y colectiva, sino que también nos permite soñar con un futuro en el que todas las personas, independientemente de sus antecedentes o circunstancias, tengan el derecho a crear, a expresar su humanidad y a ser tratadas con dignidad. 

"Quiero que me recuerden por todo lo bueno que he hecho, por ayudar a la gente. A la Monse del pasado le diría que la perdono, que he encontrado un propósito y lo voy a cumplir." — Monserrat

El abolicionismo para nosotras se plantea como un horizonte que va más allá de una simple posición ideológica; se enfoca en el respeto y la ampliación de los derechos humanos, para ofrecer alternativas que desafían las formas tradicionales de castigo y encarcelamiento.

 Al centrarnos en los derechos y en la dignidad de quienes están privadxs de libertad, el abolicionismo se convierte en un enfoque que prioriza la reparación, la transformación y la cohesión social en lugar de perpetuar un sistema que margina y deshumaniza. Este enfoque no ignora los actos de violencia cometidos, sino que busca confrontarlos a través de acompañamientos que consideren las causas sistémicas, culturales y sociales, y que favorezcan la construcción de un espacio de sanación y de construcción de comunidad.

No se trata simplemente de cerrar cárceles, sino de descolonizar desde nuestro subconsciente el pensamiento punitivo. Así, la lucha por la dignidad humana, la justicia y el acceso a la cultura para nosotras es un derecho fundamental. No se trata de negar la existencia de la violencia ni de evadir la responsabilidad que esta implica, sino de buscar formas de justicia que no perpetúen la violencia que intentan erradicar. Invitamos a crear, transformar y construir un mundo donde podamos volar libremente.

 




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